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El baúl de Mawey

Relato "La guitarra"

LA GUITARRA

I.

Sonaba una triste guitarra en la noche mientras yo me afanaba por mantener el fuego vivo. Acordes tristes... solitarios, y lejanos. Hacia un frío que pelaba, pero aquel sonido
me reconfortaba el alma, mas aún que el mismo fuego.
A pesar del cielo estrellado, el orgullo rondaba mi cabeza y mi alma seguía vacía. Totalmente vacía. Y me puse a repasar mentalmente los pasos que en mi vida me habían conducido hasta aquel lugar.
No sabia bien cuanto tiempo estuve así, pero al recordar, una sonrisa surgió en mi boca.

II.

Cuando era un chaval creía saber bien a donde iba.
Era entonces el mundo tan grande, parecía todo tan a mi alcance...
Una imagen brotó de repente en mi mente.
De forma caprichosa, sin saber bien porqué, la imagen de mi madre regañándome por cualquier cosa, un día de verano de calor aplastante, de guijarros ardiendo y arena en la boca.
-" Hijo, haz siempre lo que creas correcto... intenta ser leal para tu corazón".
Mi madre me decía esto aquel día, entre lágrimas, al mismo tiempo que me envolvía en un cálido abrazo, largo y triste.
-" Nunca olvides quien eres. Intenta no traicionar tus ideas".
Por aquel entonces, aquello me impresionó, a pesar que a la vez, me invadía el opuesto y secreto deseo de salir corriendo para irme a dar un chapuzón al río.

III.

Mi padre, al que nunca conocí bien, siempre viajando, había dejado a mi madre unos días antes en la mas completa soledad y ruina. De mi padre sólo tenía vagos recuerdos, mezcla de pisadas, de miradas, de una voz grave, pero cálida. Pero si recordaba muy bien, sus canciones. Aquellas melodías que el solía cantarme para alejarme del miedo. Y sus manos,.. fuertes que siempre me acogieron como puerto.
Pero si recuerdo bien aquel día en que mi madre salió caminando al pueblo. Con la frente muy alta, impasible su rostro y muy derecha, a pedir trabajo.
Yo no entendía nada, pero mi mente presentía el miedo... el miedo de verdad, ese miedo que se acerca como una ola gigante, lentamente, mirándote a los ojos. Ese miedo a algo muy real pero desconocido.
Y miré entonces a mi madre. Sin comprender del todo lo que sucedía la sentí tan sola....
Fui corriendo tras ella y le di la mano. Con una sonrisa me la apretó fuertemente. Nadie me apretó después la mano tan fuerte y cariñosamente como ella lo hizo en ese instante.
Era tan linda mi madre....
Nunca más pude volver a la escuela.

IV.

Es curioso como somos las personas...
En el momento que disientes o eres diferente, o te conviertes a sus ojos en un paria empujado por el destino, empujado por la ira que surge cuando la vida y la muerte luchan una contra la otra, entonces te cierran las puertas y los corazones se vuelven sordos.
Y las manos....se cierran, vacías para siempre.
Porque tu eres, en ese momento, el portavoz de un mal destino, de la mala suerte. Quizá también del miedo más atroz que toda persona a veces siente. El miedo a la soledad más absoluta, a sentirse diferente, a la perdición de su nombre, de su vida y quizá hasta el amor y el respeto de los demás. Caes en el olvido silenciosamente.
Así es como mi madre debía sentirse, arrastrada por las calles, una por una, de aquel pueblo.
Puerta tras puerta, poco a poco su alma se asemejaba al color de su vestido, tintándose de polvo, de rotos, de negativas, de sonrisas burlonas ó cortantes.
Nunca más me dejó que la acompañara en ese peregrinar. Al llegar a las puertas del pueblo me hacía quedar allí sentado, esperándola.
Tenia entonces tiempo, para dar patadas a las piedras, mientras veía de reojo a mi querida madre arrastrarse calle abajo.
A veces, ....lo reconozco, me avergonzaba. Aquella situación me ponía los pelos de punta.
Un desasosiego me recorría el cuerpo, esperando que no sonara la campana de la escuela.
No quería encontrarme con las sonrisas burlonas de mis compañeros de clase.

V.

Todo cambió un día, de repente.
Mi madre, salió de casa arreglada como nunca la había visto, con un bonito vestido blanco, una blusa con encajes, una falda de vuelo, larga y preciosa, unos botines también blancos y un parasol con flecos que le daban sombra en su rostro, antaño aterciopelado y ahora anidado por las grietas que sus ojeras habían regado hasta quedarse seca.
Manantiales de tristeza...
-"No, no me acompañes hoy". Me dijo, con la más triste de las sonrisas. Y su mano acarició mi rostro, mi cara, pero sus ojos....me evitaban.
Se alejó despacio. Sin volverse.
Yo me quedé en silencio. No pensaba nada ó quizá prefería no hacerlo, y me fui a ordeñar el ganado. Tenía mucho que hacer, ó quería hacer mucho, no sabía bien.
Cuando mi madre regresó, era ya de noche. Una noche estrellada, de verano, tranquila y serena.
Y yo me eché a llorar, sin saber bien porqué.

VI.

Pasaron los días, los meses... mi vida poco a poco se fue encerrando más y más en la granja, a medida que mi madre llegaba más y más tarde cada día. Al mismo tiempo, mi mente poco a poco iba asumiendo lo que para los demás era evidente.
Me volví arisco y desconfiado. Incluso con mi madre, a pesar que la quería con toda mi alma.
Ella no se enfadaba conmigo, solo me miraba triste cuando me alejaba de sus caricias, pero siempre en su rostro supo guardarme una sonrisa.
Poco a poco, fui creciendo en medio de la nada, de los cardos, los cactus y los animales.
El odio y el alcohol me ayudaron a superar toda mi vergüenza.
Hacía años que había vuelto por el pueblo, y había superado toda clase de insultos que desfilaron por mi cabeza, de miradas secretas, de risas de niño contenidas, de miradas acusadoras de señoras de misa y abanico, de miradas de hombres secretamente satisfechos, alguno quizás ultrajado.
Miradas que señalaban, satisfechas y seguras de si mismas, donde estaba el delito, donde se encontraba el infierno y al mismo tiempo, el placer recompensado.
Llegó el tiempo en que me había acostumbrado a no ser nadie, a emborracharme, a pelear por todo, para terminar volviendo a casa cansado, con la sensación de haber pagado un poco más la invisible deuda de mi padre y el enorme pecado que mi madre, a mis ojos, había cometido.

VII.

Un día como otro cualquiera me pasé al atardecer por la cantina del pueblo.
Recuerdo mi borrachera, pero no recuerdo a santo de qué, me encontraba invitando todo el rato a un tipo maloliente y mal encarado, que no paraba de hablar y hablar....
Aquel tipo era ganadero, y me hablaba de una partida de ganado que se acercaba al pueblo, a cuatro días a caballo.
"Realmente, huele a mierda de vaca, debe llevar días sin lavarse". Pensé, divertido por las aventuras que me contaba mientras le seguía invitando. Qué más daba, me sobraba el dinero, y nadie parecía querer charlar nunca conmigo si no ponía yo una botella y mi dinero por medio.
-".... y allí vuelve él, seguro que para tirarse a la furcia de su exmujer, y seguro que encima tiene que pagar!"
El hombre, entre risotadas, me escupía estas palabras, fruto del alcohol y seguramente del desconocimiento de quién era yo.
Me quedé muy serio. Tuve la sensación que la música se apagaba y que todas las miradas se fijaban en mí.
Quizá solo fue la sensación, o quizá fue debido a que el corazón me latía tan fuerte que me retumbaban los oídos...
Salí a la calle, y una bocanada de aire frío me sacudió la cara como una bofetada, como si el cielo me dijera:
"¡Despierta!"
Guiado por mis pies, poco a poco me acerqué a aquel caserón viejo y luminoso, en las afueras del pueblo.
Me acerqué a la puerta, lentamente, pero no pude seguir.
La podía oir. Escuchaba risas y voces femeninas junto a voces masculinas, .....un piano.
Pasé así un tiempo indeciso, quemándome por dentro, cuando de repente la puerta se abrió de golpe.
En el quicio de la misma, una silueta se recortaba por la luz del farol de la entrada.
Era la silenciosa figura de mi madre, muy quieta y callada.
Y sin decir nada, la besé, la abracé fuertemente y me volví corriendo a casa.

XIII.

Allí me encontraba, en medio de aquel inmenso prado.
No me costó mucho encontrarlos. Una noche despejada como aquella, un fuego ardiendo, el sonido de los animales.... y el lejano sonido de una guitarra.
Me armé de valor, y aun así, temblando, me acerque al grupo, para pedirles cobijo.
Me inventé una historia bastante convincente. No había ido al colegio, pero había aprendido a mentir muy bien.
Y así fue como la noche fue pasando, junto al fuego, un plato de comida,...y una guitarra tocando una vieja melodía. Pegado a mi corazón, guardaba yo mi rencor. Y junto a él, mi arma cargada.

IX.

Poco a poco, los hombres fueron quedando dormidos sobre sus mantas, y tan sólo otra persona y yo permanecimos despiertos, alternándonos para reavivar el fuego.
El rasgaba la guitarra, mientras yo azuzaba el fuego, de mi alma.

-"No te acerques a mi madre". Pude por fin articular en voz baja, pero llena de odio.

Lancé un leño al fuego. Mis ojos giraron cruzando entre las bailarinas chispas de las llamas, hasta encontrarse con los suyos.
Desafinó una cuerda, y la guitarra dejó de sonar. Era la prueba de que no me había equivocado.
Porque aquella melodía, .... aquella melodía me había traído viejos recuerdos de una niñez robada.
Eran pocos mis recuerdos, casi furtivos, dormidos durante tanto tiempo. Pero allí estaban ahora, susurrándome al oído como si fueran un dedo acusador que detrás de aquella melodía, se encontraban las manos que rasgaban la guitarra, las manos que yo andaba buscando.
No tuve necesidad de preguntar nada.
¿Cuantos minutos pasaron así? El tiempo parecía haberse parado.
Por eso de repente, di un respingo cuando escuché su voz, ésa que tenia ya olvidada, arrinconada en una esquina de mi corazón.

X.

-"Solo pretendo verla, saber como se encuentra" respondió él.
Su voz sonaba tranquila, sin ansiedad, más ronca de como la recordaba, quizá por el tabaco, el alcohol y la vida,
pero firme y decidida.
Y sobre todo... me daba vergüenza reconocerlo, parecida a la mía.

Mi cabeza daba vueltas, parecía un potro salvaje que quisiera romper cualquier sentimiento de pena, de misericordia, y no me dejaba pensar con claridad. Mis manos actuaban solas. Mi cuerpo se levantó, y dirigiéndome a aquella persona, despacio, mis oídos seguían escuchando su voz.

-"Hace tiempo tuve que irme....." Le noté tragar saliva al notar como me acercaba.
Pero prosiguió:
-"... y se que no tengo derecho a volver a verla, pero jamás he dejado de quererla.... jamás".
-" En estos años de cárcel, nunca he podido olvidarla. Créeme, hijo".

Su voz parecía ansiosa, pero seguía sentado. La guitarra en su regazo, como si ella fuera su eterna y única defensora y amiga.
Estaba mi odio tan cerca de él, que ya casi podía oler su aliento.

-"Tuve que irme,..... por entonces digamos que...mis ideas, chocaban de frente con las ideas de otros, que eran los que mandaban por el pueblo. La situación se volvió insoportable, me persiguieron, y aunque tu madre y yo nos quisimos con locura, ella sabía que no podía acompañarme. Con un hijo y mi destino incierto, lo mejor era separarnos, para evitar que ella pagara por mi culpa".
Mi padre hablaba con calma, mirándome a los ojos, pero sin hacer el menor gesto de defensa ante mi aproximación claramente violenta.
-"...Y lo mejor que pude hacer, fue alejarme de vosotros" Prosiguió su relato en mi cara.
-"Se muy bien que me equivoqué, pero también he pagado caro mi error, créeme".

Silencio. Yo estaba ya demasiado cerca y las palabras ya no cabían entre nosotros.

XI.

Me detuve.
Justo a tiempo para notar como mi mano se relajaba, y mi antebrazo bajaba... ni me había dado cuenta que mi mano derecha empuñaba ya el arma cobardemente escondida en la sobaquera.

-"... No sabes el infierno que ha sido desde entonces mi vida y la de mi madre" Le repliqué. Mi odio seguía todavía babeando, buscando una respuesta, o quizá una compensación, aunque... la tormenta parecía ir amainando en mi interior.

Me agaché para mirarle más de cerca de la cara, para mirar bien sus ojos, medio escondidos bajo un sombrero sudado y viejo.
El sostuvo mi mirada y para mi sorpresa, no era una mirada altiva, ni la mirada de un mentiroso, ni tampoco.... tenía miedo. Sólo reflejaba dolor y tristeza.
Aquello me sorprendió sobremanera. Aceptaba su destino, pues seguro que había vislumbrado el gesto de mi mano sobre mi arma. No parecía cobarde, y sí en cambio, sincero.

Comenzamos a hablar. Sobre su vida, sobre mi infierno, sobre su huida, sobre mi madre. Y así seguimos hablando. No recuerdo bien ni todo, ni cuanto tiempo. Tantas cosas teniamos ambos en las alforjas.....
Me acordé de mi madre, y de las veces que en estos años había despreciado su cariño. Punzadas de dolor avergonzado.
Pensé en ellos dos, en cómo podían haberse querido tanto.....
Y me di cuenta que yo no era mejor que mi padre.
Acerqué una rama seca, y el fuego poco a poco me volvió a calentar mi alma.
Mi padre de nuevo se atrevió a rasgar la guitarra, con la misma melancolía que recordaba de niño, con los mismos sonidos que hace tiempo me acompañaron cuando tuve miedo. No pude evitar sonreir.

No sabía muy bien que hacer, ni a donde ir. Mi vida parecía querer salir corriendo. Me sentía tan avergonzado de mi mismo...

Otra oportunidad para mí, otra oportunidad para ellos. Pero esta vez decidí que yo no estaría en medio.

Al día siguiente mi padre se dirigió al pueblo, a encontrarse con mi madre.
Y yo comencé....... a aprender a vivir de nuevo.
Me alejé. Me alejé mucho, muy deprisa, con mi mochila vacía por fin de miedo y orgullo, vacío por dentro de rencor y odio, para reencontrarme conmigo mismo, para buscar con ansia un poco de felicidad, y mi inocencia perdida.

FIN

Miguel Ángel W. "Mawey"
10 de Febrero de 2003 ®

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